Trailer Alien (1979)

lunes, 30 de mayo de 2011

Ciberpunk VII

La estupidez de este país parece no tener límites.
Así pensó Jorge cuando vio a los mozos de seguridad golpear sin provocación a los manifestantes que habían organizado una sentada pacífica en la plaza.

Jorge se había encontrado con una antigua compañera de trabajo, Merche, con más curvas de lo que recordaba, y andaba intentando engatusarla mientras ambos escuchaban distraídamente el mitin que los responsables del movimiento difundían a través de los altavoces.

La chica se había implantado uno de esos e-pun en el oído izquierdo, y el artefacto le daba un punto extravagante y morboso a su rostro regordete y colorado.

La protesta seguía con el discurso tópico de deslegitimación estatal, y al hombre se le iba la mente al escote de la técnica de organizaciones laborales.

“Regreso a los orígenes de la democracia”, blablabla, “el sistema no tiene legitimidad”, blablabla, “la política nacional es solo una marioneta de la Banca Internacional”…
Y mientras, Merche sonreía con desenfado a su amigo y coqueteaba, y el hombre se aventuraba a valorar si podría llevársela a casa esa misma noche.

De repente, un par de aerocraft operativos descendieron al centro de la plaza, mientras la megafonía de los manifestantes quedaba en silencio, probablemente pinchada por los sistemas neutralizadores de las fuerzas de seguridad.
Bajaron de las naves un grupo de mozos de seguridad apoyados por un par de droides con cañones de agua y sistemas de ultrasonido, con ordenes de disolver la manifestación.

Un par de manifestantes, quizás la cúpula del movimiento, dedujo Jorge, se acercaron al equipo de seguridad, y argumentaron con ellos durante unos minutos. Se estuvieron justificando en relación con algún vacío legal, con el fin de mantener la sentada en la plaza. Al final su verborrea no fue suficiente. Los agentes negaron con la cabeza, y los cabecillas se volvieron a la masa movilizada, acusando a los policías de represores, torturadores y en definitiva, siervos del sistema…

Unos pocos militantes abuchearon al equipo de seguridad, y un par de latas de refresco surcaron el cielo hacia ellos, con las intenciones más aviesas.
¡¡La plaza no se rinde!!, ¡¡Franquistas!!, coreaban algunos exaltados.

Los agentes humanos retrocedieron unos metros y los droides usaron los ultrasonidos contra la masa enardecida, neutralizando a media docena de manifestantes en primera línea.
Los caídos, con los oídos sangrando, se arrastraban por el suelo intentando no revolcarse en sus propios vómitos.
Los mozos de seguridad comenzaron a cargar a los manifestantes para disolver los grupos, disparando a bulto con las escopetas antidisturbios o arrastrando a los insumisos que pretendían ejercer una especie de resistencia pacífica y se aferraban a las farolas. Mientras tanto, los droides cubrían su actuación rechazando a los militantes más valientes con descargas taser.

La indignación crecía, y el caos se desató. A su alrededor, grupos de manifestantes radicales pasaron a atacar a los guardias con tirachinas, bates y bazoocas caseros, mientras otras tantas personas pasaban a ocuparse de la lucha informativa, y grababan las trifulcas con sus dispositivos Media o emitían podcasts en directo a las redes-Media.

Una pelota de goma dura golpeó a Merche en el hombro, haciéndola caer y dejándola un feo moratón que tardaría semanas en desaparecer.

Jorge conocía lo suficiente de guerrilla urbana como para saber que todo ese lugar se iba a llenar de heridos en pocos minutos, y no desaprovechó su oportunidad de salir del conflicto.

Gentilmente se hizo dueño de la situación, pasó el brazo derecho de la mujer por detrás de su cuello y cargó con ella, sacándola de la plaza donde, por momentos, la situación parecía empeorar.

Se alejaron de la acción unos metros, a través de una calle adyacente a la plaza, y descansaron apoyados en los bancos de hierro tatuados de graffitti que solían servir de hogar a los vagabundos del barrio.
- Mañana se arrepentirán de todo esto -, señalaba Merche, algo más repuesta, frotándose el hombro magullado.
La opinión pública se los va a comer con patatas, por fascistas…

- Seguramente sí - respondió el hombre. - No se puede frenar la evolución natural de las cosas.

Jorge no tenía una opinión clara sobre el movimiento. Simplemente había recibido el encargo por parte de su Comunidad-Empresa de empaparse en el ambiente y analizar oportunidades de negocio en el sector de opinión reinante. Vender camisetas, marketing enfocado de películas sobre el Ché y otros subproductos de consumo rápido…
Un tema meramente comercial.
De hecho, lo que el hombre había escuchado en los podcasts previos no ponía en buen lugar a los “revolucionarios”. Se les acusaba de bebes del estado, retromobs, y otras lindezas.
A pesar de todo ello, Jorge no era gilipollas del todo, y conocía la base de las normas de cortejo lo suficientemente bien como para evitar quedarse sin la compañía femenina de su neumática amiga por meter baza en cuestiones de política.

El hombre, sentado frente a su amiga, apoyó la mano en la rodilla de la mujer, mientras valoraba posibles acercamientos de acuerdo a los códigos de interacción más refrendados en la red.

- Por cierto, Merche. Te parece que vayamos a mi casa a tomar una copa, y así te repones del susto?...

Probablemente las formas habían sido torpes, se dijo. En las bitácoras solían estar en contra del abordaje directo, y Jorge estaba seguro de que los otros usuarios-net le pondrían de novato si alguna vez contara públicamente sus técnicas de acercamiento sexual.

Por suerte, al parecer a Merche le hizo gracia la falta de sutileza. O quizás como él, llevaba días buscando un revolcón decente.
Fuera como fuera, la mujer le miró a los ojos y esbozó una sonrisa de picaresca.
Sus dedos acariciaron el brazo de Jorge.

¡¡Bingo!!

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