Ciberpunk IV

El altar era esta ciudad, y nosotros la ofrenda.
Rob miraba el reflejo de los dioses a través de los cristales.
Con sus cuerpos divididos, palpando, palpando con sus antenas.
Las manchas marcaban senderos luminosos en la ventana del Tubo, arrojando oráculos nefastos sobre los viajeros exhaustos que dormitaban en sus asientos.

El hombre cargaba con el dispositivo entre las piernas. Un paquete oscuro, de dificil clasificación -Llévalo con cuidado.- Le habían dicho. -Vale su peso en oro.
Él era esa figura delgada que pasa entre los coches sin mirar,
intentando olvidarlo todo, y hundirse entre las luces mullidas de los letreros.
Pero no podía huir de ella. Magerit. La ciudad de la perdicion que esta en todos nosotros.
El oscuro veneno de este tiempo, disuelto en las horas que se suceden entre el sol y la luna.

Aquel paquete era parte del acuerdo. Un pedazo de nuestra sombra, ardiendo en la llama de aquello que es lo que es.
Sentía bajo el la palma de la mano el peso de la madre. Zumbando, latiendo.
Ese siniestro regalo, grande y negro, encerraba centenares de crías.

Atrás quedarían el caos y la individualidad, donde la mente maestra no puede triunfar.
Por fin domesticarían a los todos aquellos seres inferiores, como pequeños titanes cuidando de su rebaño.

Rob pidió perdón a todos por lo que estaba haciendo. Suplicó clemencia por sus pecados. A nadie en particular, a nadie en particular.

En algún lugar cercano, dos hombres paseaban en un coche aéreo. Quizás fueran él y su sombra, intentando hacer las paces por fin...

Finalmente, el artefacto hizo explosión. O más bien se abrió, liberando y extendiendo la nano-tecnología por toda la estación de Sub-Tren.
El hombre ardió en fuego azul, y fue cristalizado en extraños compuestos mecánicos.
Que hable el Todo y calle la mente.
LMRNFTCD, LMRNFTCD, LMRNFTCD...