Trailer Alien (1979)

miércoles, 20 de julio de 2011

Un viaje a Lepanto


El tiempo es una construcción social. Una invención de la mente humana.

Una vez eliminados los tabues y las restricciones implantadas desde pequeños, cualquier hombre es capaz de viajar astralmente a épocas pasadas, visitar el hogar de nuestros ancestros, caminar por el Madrid de 1700, o estar presente en la batalla de Lepanto. Quizás si viajemos a alguna de aquellas pasadas ocasiones, sabiendo quienes fuimos, alcancemos algo de claridad sobre el quienes somos, nuestros potenciales y nuestros vicios... Hagamos un esfuerzo.

Corría acelerado el siglo XVI, buscando su fin a la vuelta de la esquina. La guerra contra los turcos había dado lugar a un combate prodigioso. Guerra de civilizaciones. La defensa del Nosotros frente al Ellos.

Aquello era una guerra más. Sin embargo, esto no es del todo correcto, pues en realidad siempre es la misma guerra. Cambiaban las armas, cambian los bandos, pero seguía siendo la misma barbarie, el mismo caos, y los mismos malditos condenados tironeándose entre ellos de vuelta al infierno, y marica el último.

Los enemigos siempre nos ayudan a superarnos. Sentirnos más vivos, y llegar más allá de nuestros límites.
Así, tras los continuos pillajes e invasiones sobre las costas europeas por parte de los turcos, las grandes potencias europeas se vieron en la necesidad de unirse para enfrentar la gran armada otomana que pretendía invadir las costas del mediterráneo y robar las riquezas de Europa.

Decían las malas lenguas que el Turco era un ser cruel, que torturaba y vejaba a los prisioneros de guerra. Era un monstruo. Un demonio. Y debía ser parado.
La Santa Liga, organizada por el papa Pio V contaba con una importante participación española, dirigida por don Juan de Austria, hermano del rey y gran estratega, pese a su juventud.

Y así, las dos flotas se posicionaron para enfrentarse, y decidir el destino de las costas europeas.
Los barcos más usados en aquellos tiempos eran las galeras, en la cual los esclavos remaban para proyectar la nave sobre las aguas. Todos aquellos infelices eran chusma. Héroes a su pesar. Malandrines de baja estufa arrestados en las ciudades europeas para servir a la patria.

Comenzó la batalla. Cañonazos a diestro y siniestro, un caos que enloquecía, y los galeotes ahí abajo, rezando por sobrevivir un día más, o muriendo atravesados por alguna bala desafortunada que penetrase las entrañas del barco. Hijo de puta del Turco. La madre que lo parió. Al infierno con los infieles…
Todo era frágil, inestable, rápido… El sonido de los arcabuces europeos se mezclaba con los disparos de artillería. Parecía que el viaje hacia la perdición se estaba acelerando. La cuenta atrás hacia el abismo. En aquella batalla la sangre y la pólvora envenenaban el alma, enervaba las conciencias. ¡Santiago!, gritaban algunos. ¡Muerte al perro otomano!

Allí estaban muchos. Españoles a su pesar. Lejos de su tierra y de su rey. En aquella situación infernal, se encontraban sin dueño y sin señor. Sin dios y sin amo. Eran hombres duros, que lucharon por su vida, más a pesar de su patria que a favor de esta. Ya no les quedaban las esperanzas, los sueños ni los cuentos de los niños. Ya eres un hombre. Muere como tal…

Todo aquello era España. Un espectáculo cruel y horroroso, pero lleno de grandeza. De señores ineptos que no se merecían a sus vasallos. Aquellos tiempos cuando había honor, y había muerte y había sangre en la cubierta de un barco…Y de toda esa oscuridad proviene la mirada amarga que aún hoy conservan muchos españoles. La mirada para mirar a su patria. Para mirar a su rey.

Los turcos estaban confiados en su victoria contra los europeos antes de la batalla. Craso error. Las naves de la flota europea eran mejores que las de los turcos, disponían de un armamento más moderno, y el saber que eran la última barrera ante la bestia turca que deseaba asolar Europa les dio fuerzas y convicción para rechazar a los otomanos.

Así, los turcos sufrieron una gran derrota, perdiendo tres cuartas partes de sus naves. La indiscutible victoria de la Santa liga trajo una esperanza y cierta tranquilidad a las costas europeas…

Tras la guerra, los galeotes españoles, regresaron a sus hogares. Incluso algunos presos y esclavos que sirvieron en la batalla ganaron su libertad. Que no todo iba a ser mala suerte en sus perras vidas.
Sin embargo, muchos de aquellos españoles que participaron en la contienda siempre serían deudores de aquel momento de gloria que llegaron a vivir por obligación y por sus faltas.

Sus pecados y la crueldad de un rey les llevaron a aquel instante de inmortalidad, que pese a todo, nada ni nadie les pudo arrebatar.
Aquellos hombres, los olvidados, habían salvado Europa del Turco, con su sangre, y su sudor…
Hijos del vacío y el desprecio. Hijos de España.

2 comentarios:

Emilio dijo...

Disfruto mucho con este tipo de lecturas, y es que me encantan todas las gestas, batallas y demás de la época, que si Lepanto, San Quintin, Biccoca, la oreja de Jenkis, la conchinchina, etc..., la pena es que de todo esto no haya ninguna película, eso si que me da rabia.

Un saludo

David dijo...

Quizás en algún momento se use el rico patrimonio español y haya una de las películas que comentas.
Mientars tanto, paciencia y a esperar... XD