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domingo, 3 de julio de 2011

Invocación de Don Francisco de Quevedo


Daniel ha estado la última media hora haciendo respiraciones profundas. Poniéndose a tono. Sentado frente a escritorio, aislándose del ruido que lo rodea, intentando entrar en contacto con una entidad que hace siglos que murió.
Empieza a leer la letrilla satírica, mientras repite Quevedo, Quevedo, Quevedo…

Madre, yo al oro me humillo,
Él es mi amante y mi amado,
Pues de puro enamorado
Anda continuo amarillo.
Que pues doblón o sencillo
Hace todo cuanto quiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.


¿Acaso son los fantasmas algo más que información dispersa en nuestro continuo? Pedazos de experiencias, de vivencias, de carácter, vagando, como nubes, demasiado extendidos por el espacio como para tener consistencia unitaria…
Daniel extiende un lazo al otro lado. El mundo de las ideas. Nunca Jamás. Allá donde van los que están, cuando ya no están. Quevedo, Quevedo, Quevedo…

Nace en las Indias honrado,
Donde el mundo le acompaña;
Viene a morir en España,
Y es en Génova enterrado.
Y pues quien le trae al lado
Es hermoso, aunque sea fiero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.


Algo se extiende en el interior del joven. Tose. La parte del todo que está en él gira, se transforma, adopta identidades temporales. Es poeta y es villano. Héroe y demonio al mismo tiempo. Quevedo, Quevedo, Quevedo…

Son sus padres principales,
Y es de nobles descendiente,
Porque en las venas de Oriente
Todas las sangres son Reales.
Y pues es quien hace iguales
Al rico y al pordiosero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.


Y aquello que está en Daniel pero no es Daniel, se expande y comunica, a nivel celular. En ese idioma que la Ciencia desprecia y que es la fuente de todo. Daniel le pide guía, protección, consejo. Quevedo, Quevedo, Quevedo…

¿A quién no le maravilla
Ver en su gloria, sin tasa,
Que es lo más ruin de su casa
Doña Blanca de Castilla?
Mas pues que su fuerza humilla
Al cobarde y al guerrero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.


El joven siente la irritación del espíritu. Parte de su proverbial mala leche perdura aún en el etéreo mundo de los descarnados. Pero todos los poetas tienen algo de Maestro, y de Mártir. Y finalmente accede. Quevedo, Quevedo, Quevedo…

Es tanta su majestad,
Aunque son sus duelos hartos,
Que aun con estar hecho cuartos
No pierde su calidad.
Pero pues da autoridad
Al gañán y al jornalero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.


Parte de Quevedo se funde con él, se asienta en su esencia. El poeta accede a sus recuerdos. Revive los acontecimientos de los últimos veinte años. Ruge de indignación.
Los poderosos aún son crueles e ineptos, las voces lúcidas siguen siendo ignoradas y encerradas, y España continúa como ese animal herido, torpe y necio, que ya era cuando el poeta aún vivía. España duele. Como todo lo que se ama. Como todo lo que se odia. Quevedo, Quevedo, Quevedo…

Más valen en cualquier tierra
(Mirad si es harto sagaz)
Sus escudos en la paz
Que rodelas en la guerra.
Pues al natural destierra
Y hace propio al forastero,
Poderoso caballero
Es don Dinero.


El poeta arraiga en él, y le habla en sonetos, y en burlas.
Le habla de señores que no se merecen a sus vasallos. Le habla de la estupidez encanallada del pueblo español. Le habla de los vicios de los grandes y los pequeños. Y Daniel asiente y comprende. Y llora por España como han hecho otros antes que él.

A partir de ese día, el joven escribe. Critica, satiriza al gobierno en youtube, señala con el dedo las faltas, las corruptelas, las prebendas, la estupidez y el infantilismo…
Quevedo le sostiene, y le guía. Pone palabras en sus labios. Luz en sus tinieblas.
Porque, que quieres que te diga, a la hora de elegir, siempre ha sido mejor un diablillo cojuelo, que un ángel guardián tontolabas…

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