Trailer Alien (1979)

miércoles, 6 de julio de 2011

Magerit, Ciudad Extraña


Yagom estaba sentado en la soledad de su cuartucho rentado, intentando dejar la mente en blanco pese a la algarabía que sus compañeros de hostal pretendían desarrollar en la habitación adyacente. Había gemidos, y golpes en la pared. El sexo es vida. El sexo es magia.

Por supuesto, su nombre real no era Yagom. Sin embargo, ese era el nombre que se había otorgado a sí mismo desde hace una década, y por tanto, tenía mayor importancia que cualquier apellido familiar heredado.
La noche tenía luna llena, lo cual siempre fue propicio para la adivinación. El hombre se imaginó, siglos atrás, otros antes que él, usando las líneas energéticas de la ciudad para sus propios fines…

Entonó el cantico que había usado tantas veces, para comenzar el ritual.
- Magerit, Magerit, Magerit. Tus siervos te veneran.
Su mente pareció alinearse, ampliarse. Se imaginó a sí mismo como una bola de energía, una unidad, y poco a poco esa unidad se extendió hacia todas partes, convirtiéndose en una entidad fluida, que alcanzaba todos los rincones de la ciudad.
- Magerit, Magerit, Magerit. Tus siervos te veneran.

Su esencia se unió a la matriz que le rodeaba. El cumulo de significados y relaciones entremezclados que formaban la malla de la ciudad. Parecido a la concepción que algunos amigos suyos tenían del ciberpespacio, pero más orgánica. Sucia. Real.

Sintió a su alrededor, en la red, entidades/idea que hacía tiempo habían pasado a formar realidades complejas y autónomas, casi conscientes de sí mismas. Había que tener cuidado con ellas.
Hubo un tiempo en que aquellos seres descarnados habían sido una idea, una emoción. Rabia y miedo en muchos casos. Con el paso de los años y de los siglos aquellas raíces etéreas habían ido acumulando a su alrededor una amalgama de energías distintas, de su misma polaridad. Así, por agregación y evolución, las ideas y emociones dispersas terminaron por convertirse en entidades complejas, parásitos etéreos que vagaban por la ciudad. Contagiando de su estado a los vivos, y fagocitando cualquier otro tipo de emoción dispersa que se arrastrara por la ciudad.
Yagom les ignoró. Aquellos seres podían nutrirse de tu atención, chupando tu energía, arrastrándote a discursiones y viajes a ninguna parte hasta que terminas, agotado y enfermo, aplastado por el peso de las energías parasitas.

El hombre lanzó su pregunta a través de la red. Apenas un nombre, que condensaba sus inquietudes: Ana.
Su eco se extendió por los infinitos hilos de la red, y Yagom esperó pacientemente la respuesta, procurando mantener la mente suficientemente limpia como para que la información le llegara, clara y diferenciada.
Una oleada de culpa le envolvía, vieja compañera. Su alma externa le regresaba el dolor pasado y nunca resuelto. Lo mal que se había comportado con su exnovia, el daño que la había causado en aquellos meses. El hombre esquivó toda esa energía. La autoculpa podía joderte bien, allí donde estaba, en el inconsciente de la city, si te abandonabas a ella. No.No.No.No. No podía permitírselo.

Le vinieron imágenes de Ana con otro hombre. Feliz, riendo, bebiendo y follando. Intentó observar de manera neutra. Supo que la mujer seguía viviendo en Vallecas. Supo que había dejado aquel espantoso trabajo en el Bruguer. Supo que quería tener un hijo. Ana,ana, aan, naa...
Caos perceptivo. Lluvia de significados. La información llegaba a él, densa, demasiado rápido para procesarla. Pero ya tenía lo que había ido a buscar, y Yagom poco a poco fue finalizando el ritual.
Agradeció a la urbe y a las energías su ayuda. Las reconoció, de nuevo, como sus señores, y se retiró, poco a poco del plano astral…

Ya en su habitación. Se abandonó a la soledad. Deseaba llorar, pero una parte de sí no se lo permitía. El jodido orgullo, sin duda. Ese afán por ser más grande de lo que nunca sería. Por ello había perdido a la mujer que amaba, como a tantas otras personas.
¿Qué le quedaba ahora? La ciudad. La madre eterna, su compañera.
Magerit. Madre. Matriz. Red. Araña.

El hombre aguardó en silencio, soportando las embestidas del dolor y la pena, aferrado a la almohada de su colchón. Como el borracho se aferra a la mesa. Finalmente, el destino fue misericordioso y se quedó dormido.

2 comentarios:

Emanuel Mordacini dijo...

Me gustó mucho. Eres buen escritor. saludos...

David dijo...

Vaya, muchas gracias.
Viniendo de ti es todo un elogio.

A mí me cuesta un poco hilar tramas largas. Algo que tú dominas a la perfección...

Un saludo.